Cada vez es más claro que tener una vacuna capaz de neutralizar a todos los coronavirus, tanto a los que infectan al ser humano, como a los que pudieran emerger en un futuro, es no solo urgente, sino también factible.
Es urgente porque además de los cuatro coronavirus que producen las gripas estacionales (HCoV-229E, HCoV-OC43, HCoV-NL63, HCoV-HKU1), han surgido en un cortísimo periodo de menos de veinte años tres coronavirus con mayor letalidad: SARS-CoV en 2003, MERS-CoV en 2013 y ahora el responsable de la pandemia de COVID-19: el SARS-CoV-2 en 2019. Esta situación sin duda hace pensar en la importancia de estar preparados, de tener lista una vacuna universal capaz de neutralizar no solo a estos 7 coronavirus conocidos sino también a cualquier otro aún no conocido que pudiera infectarnos y que incluso quizás tenga capacidades de virulencia o de transmisión superiores a las del virus actual.
Pero aunado a esto, con el descubrimiento de la nueva variante de preocupación ómicron entendemos que este virus está en constante evolución. Que mientras le demos la oportunidad de replicarse, buscará mejores versiones de sí mismo; versiones que le provean mejores aptitudes de adaptación, de coexistencia. Y a un año de haber comenzado los programas de vacunación y a pesar de tener más de 8 mil millones de dosis aplicadas en todo el planeta, estamos frente a una variante que aprendió a evadir en cierta proporción la inmunidad de los recuperados por COVID-19 y de los vacunados.
Cuando en 2020 los primeros resultados de fase 3 comenzaron a surgir de las distintas tecnologías vacunales aún no sabíamos cómo sería el 2021. Nos llenó de esperanza ver números tan altos de eficacia en las vacunas contra COVID-19, y más emocionados estábamos por contar con ellas como una herramienta que resultó tan necesaria para mitigar los casos, hospitalizaciones y muertes por COVID-19. Sin embargo con la llegada de las distintas variantes de preocupación fuimos mejorando nuestro entendimiento sobre su alcance y funcionalidad. Aprendizajes que sólo podíamos adquirir con el tiempo y con el cuidadoso monitoreo y seguimiento que se le ha dado.
Con la llegada de la variante de preocupación Alfa entendimos que los protocolos autorizados podían ser incluso mejores con mayores intervalos de tiempo entre dosis. Cuando llegamos a los cientos de miles de aplicaciones encontramos efectos adversos raros gracias a los cuales pudimos comprender que la mezcla de vacunas es segura. Con la aparición de la variante Beta evidenciamos la capacidad de algunas mutaciones para evadir la inmunidad de las vacunas. Con el surgimiento de Gama vimos que las personas que habían sobrevivido COVID-19 podían reinfectarse, que la inmunidad no era para siempre. Y con Delta entendimos que la inmunidad que las vacunas confieren limita la severidad de la enfermedad, pero decrece con el tiempo y no impide la infección; que aunque evita en gran medida complicaciones, la efectividad era menor. Así hoy, frente a Ómicron confirmamos la utilidad de los refuerzos para seguir manteniendo activa nuestra barrera inmunológica. Y aunque las farmacéuticas estén ya trabajando en nuevas vacunas especificas y ajustadas contra la nueva variante, esto seguramente no acabará ahí…es de esperarse que el virus seguirá mutando. Sí depende de que le pongamos un alto a la circulación e impidamos su replicación. Pero mientras, sólo depender de las actualizaciones de las vacunas, sabiendo que la inmunidad poblacional es dinámica y depende del tiempo, dejaría desprotegida a una gran proporción de la población.
Ya hemos dicho que el coronavirus tiene una tasa de mutación relativamente baja, es bastante estable gracias a que tiene una enzima revisora que procura que no sucedan cambios en su genoma, evidentemente no es un sistema infalible. Pero comparado con otros virus, el coronavirus muta la mitad de lento de lo que el virus de la influenza y cuatro veces más lento que el de HIV. Sin embargo durante la pandemia, con millones de personas contagiadas simultáneamente, las posibilidad de encontrar alternativas mejores es enorme, cada ser humano infectado se convierte en una potencial fábrica de variantes, en una oportunidad para tener más variantes en que sólo las que le proveen una mayor ventaja al virus prevalecen.
Por todo ello, cada vez es más patente la necesidad de tener vacunas más robustas, que generen una protección más amplia y sean capaces de protegernos si no de todos, al menos de muchos de los coronavirus, sin importar si tiene tal o cual mutación, aunque vivan en un reservorio animal y no han brincado al ser humano en un acto de zoonosis, poder tener una vacuna unitalla: “one-vaccine-fits-all”.
Ahí quedan descritas las razones de la urgencia: terminar con esta pandemia frente al decaimiento de la inmunidad con el paso del tiempo, con el surgimiento de nuevas variantes y con la inminente amenaza de nuevos coronavirus por emerger.
Pero, ¿será factible? Con otros virus como la influenza no ha sido posible, se ha intentado pero ha sido un camino lleno de fracasos. Sólo tenemos las vacunas anuales que incluyen tres o cuatro cepas de los virus en circulación y con todo y eso son medianamente efectivas.
A inicios de la pandemia por COVID-19 el virólogo Lin-fa Wang intentó probar si los anticuerpos de personas sobrevivientes de la enfermedad de SARS podían neutralizar al nuevo coronavirus, encontrando que no lo lograban. Sin embargo estas personas con anticuerpos contra SARS, una vez vacunadas contra COVID-19 generaban unos súper-anticuerpos que no solo neutralizaban a los coronavirus SARS-CoV y SARS-CoV-2 y sus variantes, sino que también iban contra 5 coronavirus que viven en murciélagos y pangolines, que no infectan al ser humano (pero podrían tener el potencial de hacerlo). ¡Increíble! La vacuna contra COVID-19 combinada con los anticuerpos contra el SARS ampliaba el espectro de protección más allá de sólo estos dos coronavirus. Un gran hallazgo que publicó en New England Journal of Medicine en Agosto de 2021.
Desde entonces, grandes inversiones, entre ellas aproximadamente $200 millones de dólares de la iniciativa CEPI y $36 millones del NIH anunciados por el Dr. Anthony Fauci, han ido destinados a la investigación y generación de vacunas pan-coronas; para un amplio espectro de coronavirus. Cabe mencionar que desde 2017 grupos de investigación en vacunas ya buscaban apoyo de instituciones para estas estrategias pero no había llegado esta pandemia y no se habían considerado como prioridad. Obviamente la perspectiva ha cambiado. Y hoy, la vacuna universal contra corona es una prioridad para el mundo académico, así como para algunos gobiernos y organismos internacionales. Esta es una misión que aún está en diseño, en que hay que decidir no sólo qué estrategia tecnológica utilizar, sino también qué parte que sea estable y consistente del coronavirus se debiera usar para crear vasta inmunidad, y qué tan amplio tendría que ser el espectro sin perder efectividad.
Algunos investigadores han comenzado a diseñarlas utilizando unas nano-partículas o nano-jaulas a las cuales les pegan hasta 8 versiones de diferentes espículas proteicas de distintos coronavirus. Otros científicos han optado por vacunas de virus inactivados en que mezclan diferentes miembros de esta familia viral. Grupos de investigación como el de David Martínez en la Universidad del Norte de Carolina, el de Weismann en Pensilvania ó el de Duane Wasemann de la Universidad de Washington están aplicando las virtudes del ARNm para elaborar vacunas pan-coronas.
Lo importante es seguir buscando esta solución a largo plazo sin quitar el ojo a lo que sucede en el día a día, en lo actual. Por lo pronto a seguir comprendiendo las implicaciones de las mutaciones que componen a ómicron. Especialmente su significado en cuanto a contagiosidad, grado de evasión de inmunidad y severidad de la enfermedad.
Seguiremos atentos.
Vacúnate y sigue con los cuidados conocidos como ventilación, uso de cubrebocas y limitar los tiempos de exposición ya que lo que sí sabemos es que las “pan-medidas” son medidas universales y previenen contagios de TODOS los coronavirus.
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