Toma una cuchara hecha de galio, sumérgela en una taza de té y verás cómo inmediatamente desaparece.
Quedarás tan atónito como cuando la uva se convertía en embriagante vino asignándole este milagroso evento al dios Baco en la antigua Roma.
Pon un poco de bicarbonato dentro de una botella, agrégale vinagre, tápala con un globo y mira cómo se infla.
Será tan increíble como cuando las nubes decidían descargar sus esperadas aguas haciendo crecer los cultivos precisamente en respuesta a las danzas de los tlacololeros.
Une con un hilo dos vasos de agua saturada con sal y espera unos días para ver crecer las estalactitas de cristales. ¿Magia o ciencia?
Similar al fenómeno tan espectacular que ocurre cada día en el despertar, cuando el sol se asoma y cursa el firmamento, hecho que confirmaba con precisión para los griegos el mito de Helios, que montado en su carruaje dorado iluminaba puntualmente el mundo del este al oeste.
Sumerge un cubo de hielo seco en una tina jabonosa y mira la abrumadora producción de burbujas.
Cómo cuando hoy admiramos las auroras boreales y por un instante olvidamos que son electrones que luego de cruzar el espacio se desvían por nuestra espesa atmósfera, pero que los Vikingos explicaban como armaduras de valquirias o hermosas damas guerreras vestidas de verde.
Coloca un huevo crudo en vinagre y con un poco de paciencia podrás observar la yema intacta al interior al desaparecer por completo el cascarón.
Parecido a las milagrosas pociones de los brujos medievales que curaban las más intensas jaquecas con los ingredientes más desconfiables y las recetas más malolientas.
Separa el agua que resulta de hervir col morada, agrega limón y mira cómo instantáneamente cambia su color. A otra fracción ponle un poco de bicarbonato. Colorín colorado que el arcoíris has formado.
Idéntico al que augura suerte para los niños irlandeses que siguiendo el fin del bello semicírculo hallarían ollas repletas de oro de los leprechauns.
Mezcla maicena con algo de agua en un recipiente extendido, ¿cómo se comporta al golpearla con tu puño? Ahora detecta su fluidez cuando la amasas suavemente. ¿Qué cambió si es la misma mezcla espesa?
Tal como las ilusiones que confunden el ojo humano y desatan leyendas tan populares como la del monstruo del Lago Ness que asoma los arcos de su esbelto cuerpo de entre las oscuras aguas de Escocia.
Quema una tira de magnesio directamente a la flama y quédate perplejo con el intenso destello tan brillante.
Cual Copperfield al partir a la mitad a su asistente, Houdini cuando desaparece hábilmente, Geller que dobla las cucharas (¿de galio?), o Penn and Teller que sacan un conejo blanco del sombrero de copa. Cual presagio de la mística hechicera, del lector de cartas, y de los famosos horóscopos. Así de deslumbrante, engañoso y convincente. Pero eso sí, completamente diferente a la ciencia.
Imaginación, en todas. Creatividad, el ingrediente necesario. Pero ciencia solo en algunas. Las otras son creencias no comprobables, muchas de ellas verdaderas por casualidad -como dijo Gettier-, son narrativas que llenan espacios de incertidumbre, son trucos bien practicados, son ilusiones que engañan hasta al mejor observador. Pero no son ciencia.
¿Qué las distingue?, se preguntaba Karl Popper, y muchos otros filósofos antes y después que él, ¿qué es ciencia y qué no lo es? Ciencia es lo reproducible, lo falseable, lo lógico, lo trazable, lo universal, lo no dogmático, lo flexible, lo desmenuzable, lo riguroso, lo parcial y provisional, lo evidenciable, lo colaborativo, lo que conlleva un proceso, lo abierto y no secreto, lo debatible, lo absolutamente refutable, lo corregible, lo permanentemente en construcción, y lo comprobable por otros métodos. La ciencia es un proceso social dispuesto a hacer predicciones fallidas para ganar robustez, es un método, un conjunto de destrezas técnicas, un creador de teorías y modelos, una disciplina empírica y analítica. La ciencia busca la verdad, pero ni la encuentra, ni sugiere que la tiene, la ciencia duda de sí misma y no es lineal. La ciencia es hecha por humanos, es parte de la cultura, es accidentada, tiene limitaciones y es sumamente imperfecta. Así es la ciencia, muy distinta a los demás saberes que si bien aparentan ser igualmente maravillosos carecen de estas propiedades que la demarcan.
Y de entre todas las ciencias, especialmente la química requiere constantemente esta distinción, ya que la química vive entre lo teórico y lo práctico, entre lo abstracto y lo concreto, entre lo puro y lo aplicado, entre el conocimiento intelectual y el quehacer artesanal, entre lo subatómico y astronómico, entre el estudio de la materia existente y la síntesis de nuevas creaciones. Desde sus orígenes, la química ha parecido para muchos, más magia que ciencia o más bien una ciencia con cierta magia, como se titula el libro de experimentos publicado en 1912 por V.E. Johnson que buscaba diversión inteligente para las juventudes; entretenimiento con aprendizaje, fomentar vocaciones e interés.
Con su poder de transformación, ha obsesionado lo mismo a alquimistas que buscaban transmutar al plomo para obtener el oro, y al mundo entero al adicionar, gracias al ingenio químico, cientos de miles de nuevas sustancias -no presentes en el mundo natural- al catálogo de compuestos que usamos cotidianamente para tener mejor cantidad y calidad de vida. Se estima que son más de 60 millones los compuestos nuevos que en el último siglo se han acumulado como producto de la química sintética. Polímeros, catalizadores, textiles, resinas, combustibles, aditivos, pigmentos, medicamentos, marcadores radiactivos, adyuvantes, surfactantes, aleaciones, emulsiones. Desgraciadamente algunas veces también venenos, para humanos y el ambiente, pero ese, aunque sumamente importante, es otro tema.
Desde el primer químico moderno, Antonio Lavoisier, que puso fin a las frívolas andanzas alquímicas y comenzó a cuantificar, a pesar y a sistematizar; a definir futuros elementos periódicos, a entender la indestructibilidad y constancia de la materia y de la energía, e incluso a borrar la idea del supuesto flogisto que se pensaba liberado durante la combustión, para nombrar al vital oxígeno como esencial en la combustión y en la respiración. Aportes truncados en 1794 por la guillotina francesa durante la Revolución, pero que dieron paso firme al nacimiento formal de la hermosa ciencia que estudia la materia y sus cambios.
Y una de las razones por las cuales muchos optamos por caminos en la ciencia es por la necesidad tan urgente e insaciable curiosidad de entender los porqués y los cómos de los fenómenos naturales y los procesos de la ciencia, y muchos seguramente decidimos por la química luego de presenciar actos teatrales demostrativos que dejan boquiabiertos a cualquiera con sus explosiones, humos, colores y violentas reacciones. Científicos como la comunicadora de la ciencia y autodenominada piromaníaca doctora Kate Biberdorf, mejor conocida por sus cientos de miles de seguidores como Kate the Chemist, inspira con su trabajo a las nuevas generaciones a sucumbir a la magia de la ciencia.
Pero la magia de la ciencia, sin que la ciencia tenga algo que ver con la magia, sigue dejando un halo de incógnitas incluso el día de hoy. El que puedas enviar una fotografía digital e inmediatamente en el lado opuesto del mundo la reciban con entera integridad, y un dispositivo entrenado describa su contenido, es, para la mayoría de los terrícolas -excluyendo a los genios de Sillicon Valley- un evento que sí parece magia. Y tal lo dijo el futurista y escritor de ciencia ficción Sir Arthur C. Clarke “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia,” pero claro, no quiere decir por ello que la ciencia sea magia, más bien a veces engaña y tan espectacular lo que logra que hace parecer que sí lo es. Y entonces entendemos por qué son tan exitosas las experiencias basadas en tecnología como el taquillero espectáculo de los integrantes del grupo ABBA hecho con hologramas en Londres. Porque es un acto de ciencia que parece magia, y la magia nos deja sorprendidos, estupefactos, en un estado de admiración y profundo placer estético. Y para muchos, de placer intelectual también.
Así que si quieres maravillarte todos los días, una de las rutas es sin duda el oficio de la ciencia, la profesión de mi amada química.
Y aunque te invito cordialmente a hacer en casa -con sus debidas precauciones- los experimentos descritos al inicio, te dejo aquí los porqués tras ellos para no dejarte en incómodo suspenso. Cómo no hay truco, los químicos, a diferencia de los ilusionistas o magos, sí amamos revelar nuestros secretos, aunque no sin un poco de ingenio, y por ello, haciendo honor al gran Leonardo da Vinci lo presento para ser leído como sus textos, con el uso de un espejo.
Nota de autor: Parte del texto está inspirado en los contenidos desarrollados para la asignatura de “Ciencia y Sociedad” que imparto con la profesora Alejandra López Carrillo en la Facultad de Química de la UNAM.
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Texto publicado en Naye Zajn, Diciembre 2024
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