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Foto del escritorCarol Perelman

Cambiar la definición de “caso confirmado” nos daría un escenario más real

En el estudio de las ciencias, incluso en cualquier disciplina, lo más importante son las definiciones. Los parámetros que rigen las ideas. Las verdades aceptadas. En matemáticas se llaman axiomas, en la religión se conocen como dogmas, para los niños, son las reglas del juego.


El problema surge cuando construimos conocimiento sobre fundamentos acordados que resultan no ser ideales. Cuando esto sucede, todo lo demás, que deberíamos considerarlo como verdad, se tambalea. Habitualmente creemos que estos cimientos no son debatibles, sin embargo cuando los efectos que provocan son evidentemente erróneos vale la pena cuestionarlos. Hubieron evidencias en el mundo natural que llevaron a Albert Einstein a disputar las leyes que Newton había establecido hasta entonces como ciertas. Los pilares se replantearon, tuvieron que ser modificados para explicar una realidad tangible, que era claramente distinta.


Es verdad que el virus que estamos enfrentando es nuevo, que su transitar por la humanidad es un evento que apenas estamos comprendiendo. También es cierto que en México tenemos nuestras limitaciones propias; el coronavirus nos encontró con una infraestructura de salud mermada. Si bien los países han adoptado la definición de “casos confirmados” como aquellos que han salido con prueba positiva al correr los PCR buscando evidencia de material genético viral; algunos sí han optado por modificar la definición en el camino. El día de febrero que China decidió considerar como “caso confirmado” aquellos con un diagnóstico clínico sugerente de COVID-19, sus números cambiaron, las estadísticas brincaron, describieron un escenario más apegado a su realidad.


El reto para México es cómo contar; decidir qué contar. No todos los que tienen coronavirus tienen síntomas, por lo que sumar casos usando los métodos de Galeno; con la experiencia y entrenamiento médico, nos acercaría a censar a aproximadamente 65% de los casos. A sólo los que presenten síntomas. Pero aunque impreciso aún, este número estaría más cerca del real. Además, ya no estamos en época de enfermedades respiratorias; difícilmente confundiríamos una influenza con un COVID-19. Usemos la forma antigua de contar. Abracemos el hecho de que no tenemos la capacidad de obedecer la definición que otros países han acatado. Remontémonos a cuando aún no teníamos sofisticados reactivos y pruebas de laboratorio de primer nivel. Entonces, confiábamos en nuestros médicos. En los héroes cotidianos de primera línea. En los salvadores de vidas. Claro que eso no quiere decir que dejemos de hacer lo que sí estamos haciendo. No. Saber con certeza quién es positivo por PCR y hacer pruebas serológicas es fundamental. Mi propuesta no alcanzará números exactos, pero quizás un tanto más cercanos. Quizás es hora de cambiar la definición, tenemos que lograr dimensionar como país el tamaño del reto, vale la pena adaptarlas; nos arrojarían un panorama mucho más veraz.

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