Las metáforas son un recurso literario fantástico, abusado hasta el cansancio por quienes tratamos de darle sentido concreto a lo que es más bien abstracto. Si bien son una herramienta sumamente útil, no son del todo perfectas; simplifican lo que generalmente es complejo, amplifican características mientras olvidan mencionar otras. No son muy fieles, sin embargo, hace unos días subí a mi Twitter una metáfora con la intención de explicar el significado de la aprobación de las vacunas contra COVID-19 y el tipo de comportamiento que debemos conducir a partir de su incipiente distribución, esto, en escasos 280 caracteres.
Y es que paradójicamente la aprobación de las ansiadas vacunas se está dando cuando los casos confirmados de COVID-19 están rebasando números récords, cifras que en marzo eran impensables. Ante ello, hice ver que la aparentemente indomable pandemia en México se asemejaba a una ola estilo tsunami. ¡Quién en su sano juicio nadaría en aguas tan abrumadoras! Y así, en medio de la gigantesca ola estamos clandestinamente saliendo de casa, cuán surfista retando una maverick, y reuniéndonos en supuestamente grupos pequeños, auto convencidos con la falacia de que entre conocidos es imposible contagiarnos.
Según un informe de Unicef y la Alianza para la Seguridad de los Niños (TASC), las muertes por ahogamiento son la primera causa de mortalidad en la región Asia Pacífico entre los niños y niñas menores de cinco años. Es por ello que en países como Tailandia y Vietnam este organismo internacional apoya a los pequeños con instrucciones de natación en ríos, lagos y en el mar. Obviamente importante aprender a nadar, es de vida o muerte, literal. Dicho de otra forma, fundamental ponerse la vacuna contra COVID-19 cuando la tengamos disponible. En estas olas epidemiológicas saber nadar significa contar con la posibilidad de supervivencia, con la inmunidad al virus. (Por si lo estabas cuestionando, vale la pena aclarar que según expertos, la inmunidad que genera la vacuna es más robusta que la que promueve la infección natural).
Cuando nos aplicamos la vacuna contra COVID-19 estamos enfrentando nuestro cuerpo a un segmento del nuevo coronavirus con el afán de que el sistema inmunológico conozca por adelantado al virus y genere anticuerpos específicos contra él. De esta forma, estaríamos ya preparados por si entráramos en contacto con el virus real circulante, el sistema inmunológico reconocería de inmediato al patógeno y lo eliminaría antes si quiera de que éste logre infectarnos. Esto es realmente aprender a nadar. La mejor herramienta de salud pública es sin duda la prevención, la vacunación. Adiestrarnos con todos los estilos de nado para poder flotar en caso de que suba el nivel del agua. Aplicarse la vacuna es también tener las herramientas para nadar por nosotros mismos, sin requerir de ayuda externa, es decir, de los servicios de salud, de tratamientos, de los finitos chalecos salvavidas.
Sin embargo, no todos se podrán (ni querrán) vacunarse, y la vacuna no es 100% efectiva, por lo que de todas formas necesitamos chalecos salvavidas disponibles, cada vez mejores. Mientras no logremos que una mayoría de la población (70-75%) tenga la vacuna, la inundación seguirá sin dar tregua, y hasta entonces, imposible probar nuestros dones acuáticos recién adquiridos. Sería peligrosísimo aventarse en aguas aún turbulentas. Tendremos entretanto que seguir pacientemente en nuestras islas, aislados del agua; usando cubrebocas y manteniendo sana distancia.
En este momento, cuando la ola esta aún en crecendo, lógicamente hay cada vez más personas recurriendo a los escasos y desgastados chalecos salvavidas. Por lo que los que podemos, debemos mantenernos fuera del agua, a como de lugar. Los contagios locales, comunitarios, regionales se han incrementado con la fatiga pandémica, la llegada de las celebraciones de fin de año y las bajas de temperaturas. La tormenta perfecta.
Ya parecemos disco rallado, pero no me cansaré. Porque si de este texto una persona hoy evita un contagio, ya valió la pena la desvelada. Usa el cubrebocas, mantén la sana distancia y evita salir de casa; estas medidas no farmacológicas sí son efectivas para mitigar la propagación del virus. Recuerda que el virus no tiene ni patas ni alas, no avanza solo; somos los seres humanos los que lo llevamos de un lado a otro con nuestro comportamiento.
Acabemos ya este 2020 tan empantanado cada uno en nuestras islas, en nuestros espacios secos, a salvo. Felices y deseosos de recibir un nuevo año que parece traerá mejores climas, menos tempestades. Aprende a nadar en cuanto puedas, pero no te estrenes aún. Sigue en tu isla, permanece ahí un rato más. Hasta que veamos el fin del diluvio y claramente identifiquemos la llegada de la paloma de la paz. No seas Charles Havlat, resiste. Eventualmente sí llegará ese día en que seamos más los expertos nadadores que los necesitados de chalecos salvavidas. Pero nos llevará un tiempo, es logísticamente imposible vacunar a todos a la vez, así que aunque aprendas a nadar, aún no te avientes del trampolín.
Me fascinan igualmente las fábulas, no solo las metáforas. Pero hoy ni Esopo ni La Fontaine tienen los personajes que busco revivir y además la historia en este contexto es irrelevante, lo único que importa aquí es realmente la moraleja; ese mensaje a extraer que diría: “la vacuna contra COVID-19 es el inicio de una transición, del paso de ser todos susceptibles a estar protegidos. Durante este proceso paulatino, mientras cruzamos el puente, debemos seguir usando cubrebocas y mantener sana distancia. Será un periodo de conversión quizás tedioso, pero necesario”. Claro que no tengo ni idea qué fábula tendría esa moraleja así que la dejo a tu imaginación. Quizás sería una en la que los terrícolas se encuentran atrapados en un lejano planeta lleno de agua, conviviendo con un virus suelto y sin control. Entonces, la moraleja sería más que obvia.
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